Como una madrugada “fresca y deliciosa de un día sereno” describió el generalísimo Máximo Gómez el amanecer del 2 de diciembre de 1873. Sin embargo, en la noche de esa misma jornada, según recordara años después, “la luna, como una lámpara funeraria, alumbraría más de 500 cadáveres, tendidos, en fatídico desorden, maquillados por el casco de los caballos” sobre el suelo de Palo Seco.
La mayoría de los cubanos habrán oído mencionar esta batalla como una de las mayores cargas al machete que se efectuaron en nuestras gestas independentistas, sin embargo, pocos conocen las circunstancias en que ocurrió, en las que está implicado Vicente García, su ataque al fortín de La Zanja y un intento por tomar el poblado de Guáimaro por parte del general dominicano.
Con esta última idea en mente, Gómez toca diana y llama a la tropa. Su plan inicial era el de simular un asedio sobre este lugar, tan significativo a los cubanos, ocupado y fortificado por los españoles, para correrse después a una elevación cercana para interrumpir los trabajos de una trocha que intentaba construir el enemigo. No hay que perder de vista que en un contexto mayor, intentaba llevar a cabo la invasión a Las Villas, tan necesaria para la Revolución en aquellos momentos.
En esta maniobra se encontraba, cuando cerca de la 10:00 de la mañana recibe la información de que en la madrugada una agrupación española de 600 hombres había salido del pueblo con rumbo sur en busca de un depósito de municiones que había tomado Vicente García en el ataque al fuerte de La Zanja. Inmediatamente cambia sus planes y con estas palabras arenga a sus hombres: “Una columna enemiga bastante fuerte ha salido a tomar un depósito de parque que guarda el general Vicente García y nuestro honor está comprometido, si a toda costa no evitamos esa desgracia.»
Se inició entonces una persecución tenaz. Según sus palabras, “la columna semejaba una leona que encontrando su guarida desierta, se lanza, terrible y fiera… para no ser sentida.”
Cerca de las 3:00de la tarde logran dar alcance a los ibéricos, comandados por el teniente coronel Vilches. Según había dispuesto Gómez, al frente de su tropa iría una avanzada de 40 jinetes, que al hacer contacto con el enemigo, fingirían una retirada para provocar ser perseguidos y luego de que los españoles mordieran el anzuelo, emboscarlos con el grueso de sus hombres, los que en total sumaban 300.
Y en efecto, Vilches creyó habérselas con una simple guerrilla, y se cuidó poco de tomar posiciones. Lo que sobrevino después, dejemos que sea el propio Generalísimo quien lo describa: “…como un ariete en forma de hoz se abrió una vía en medio del apretamiento desordenado de 600 hombres enemigos, dejando atrás de su espantoso empuje al que no muerto, aturdido. (…) Lo que dejaron por detrás sin hacer los 40, muy fácil es comprender que no fue nada difícil y costoso para los 200 el rematarlo. Así se explica también lo que de otro modo hubiera sido imposible, que se causara tanto daño recibiendo tan poco. ”
El saldo final fue de 507 españoles muertos, 70 prisioneros y la ocupación de numerosos caballos, ropas, alimentos, armas y municiones. Por la parte cubana solo hubo 20 bajas, de ellas tres fatales.
Además de engrandecer el prestigio militar de Máximo Gómez, hay un momento en la Batalla de Palo Seco que pone en evidencia su estatura, no solo como estratega, sino también como ser humano, y es cuando se encuentra con los restos del jefe español. Así lo dejaría señalado el Generalísimo: “…me conmovió ver el cadáver de aquel hombre joven y bien parecido, tendido insepulto en aquella sabana, y solo un recuerdo, que me asaltó en aquel instante, volvió la serenidad a mi espíritu: las cenizas aventadas de Agramonte.”